ser un artista
¿Qué debo hacer para ser un artista?
Esta parece
una pregunta de esencia metafísica, pero no tendrá más que
respuestas maliciosamente prácticas. Primero debo entender que no
alcanza con sentirlo o decirlo. Debo lograr que quienes me
rodean me consideren un artista y alimentar esa concepción a la
máxima cantidad posible de integrantes de los grupos de poder
“artístico”.
Con grupos de poder “artístico”
me refiero a un cúmulo elitista de críticos, gente de medios de
comunicación, artistas ya reconocidos, empresarios de la
industria del arte y personajes influyentes del ambiente artístico
cuya influencia es una especie de orden divino, ya que no se sabe
muy bien cuál es exactamente su obra ni cual es realmente la
razón de por qué influyen, pero son “formadores de opinión” en
las esfera del arte y facilitan la tarea de quienes ni siquiera
se toman el trabajo de formarse una opinión.
Una vez que logre mediatizar mi
“arte”, aunque de un modo mínimo, seré un artista para la
sociedad y pasaré de vago a bohemio, de haragán a pensador, de
perezoso a soñador y de inadaptado a crítico rebelde.
Es importante tener una noción de
mercadeo y reconocer que si algo resulta artísticamente
exitoso debo repetir la fórmula para que se pueda hablar de
“mi” estilo. Esto sin olvidar que en determinado momento la
crítica caerá sobre mí y entonces estará bien un “yo solo hago
lo que deseo sin pensar en la crítica” mientras reviso mis
listas de contactos y envío misivas de agradecimiento por
haberme nombrado aunque sea de modo negativo.
Es de vital importancia, al menos
en los primeros tiempos, mientras construyo mi propio mito:
asistir a todo sitio donde se reúna la crema del club del
arte. Nadie se detendrá en un poeta que escribe líneas en una
oficina, en un músico que no está donde deben estar los músicos
o en un pintor que no desfila por exposiciones ajenas.
Debo ser artista las 24 horas y
responder como artista a toda inquisición. Debo dar cuenta de
mi insatisfacción y de mi desinterés por el dinero bebiendo
whisky de 40 dólares la botella en un vaso de vidrio cascado.
Hay condimentos no indispensables
pero que pueden jugar a favor a la hora de recibirme de
artista: una niñez triste, una adolescencia taciturna, momentos
de depresión, desengaños y hasta algún intento de suicidio
ayudarán a crear mi imagen de espadachín precoz ante los
incontinencias del vivir.
Por supuesto que debo recordar
haber pasado hambre, no tanto por cuestiones económicas ya que
no poseer abolengo tarde o temprano se paga, pero si hablaré
del ruido de mis tripas cuando decidí hacerme al mundo con mi
arte debajo del brazo y una manta atada a una rama seca. A la
gente le gusta pensar “pasaba hambre y ahora todos le
invitarían a cenar”.
Será bueno a la hora de citar mis
fuentes, musas o influencias, alejarme lo más posible de las
reales; así puedo nombrar la influencia de Artaud en mi música,
la del teatro japonés en mi cine, la de los ritmos africanos
en mi poesía o la navegación vikinga en mi actuación. De está
manera nadie podrá rastrear mis robos y la desorientación
declarará a mi favor en el juicio contra mi inteligencia.
En el caso de ser astuto para
generar escándalos, estará bien una declaración no muy jugada
pero que suene rimbombante: “miles de niños mueren en África
por la injusticia de este mundo ciego”. Pero teniendo en
cuenta que el mercado está saturado de cosas de ese tipo puedo
llegar a generar algún efecto desde mi vida privada una vez que
sea un artista de cierta trayectoria, esto sin olvidar que hay
una gama de escándalos políticamente correctos y otros que no: “el
artista fue sorprendido con la mujer de un senador”, “el artista
salió desnudo en la última entrega de premios”, “el artista fue
detenido por pintar con aerosol la casa de gobierno”, servirán
para condimentar mi imagen en creciente marcha hacia la cima.
Sin embrago cosas como “fue sorprendido con tres orientales
menores de edad”, “mantiene relaciones con su guardaespaldas” o
“golpeó a una anciana en el estreno de su película” solo servirán
para dejarme fuera de circuito una vez que se consuman mis
pedazos.
Para ser un artista no debo
menospreciar el poder del gobierno de turno. Con mucha
sutileza debo hacer guiños para que quienes ocupan lugares de
poder se enamoren de mi. Hay artistas cuya gloria sólo se debe
a que algún gobierno de turno se enamoró de ellos. Y
allí todos los beneficios de ser el artista de la hegemonía:
espacios públicos a disposición, auspicios insólitos, prensa gratis y
el sabrosos cheque que se cobra en las oficinas estatales cuyo
monto siempre es mayor al labor realizado. De allí
creo viene el mote “artistas nacionales” para algunos, y se que
los hay “provinciales” y hasta “municipales”. Si logro esto
sin que se me identifique políticamente, quizás hasta pueda
superar varios cambios de manos en el poder.
Es menester también tener en
cuenta a la hora de elegir el agente de prensa. Éste
último será quien informe sobre mi trabajo y hasta informe
cuando no tenga nada nuevo que mostrar. Recordemos que todo
esto es inversión y que hará que luego de un tiempo pueda
esmerarme menos y obtener conceptos inversamente proporcionales
sobre mi “arte” de parte de las viejas focas que posen el
cartel de “aplaudan” ante la “opinión pública”.
Para ser “artista” debo realizar
algunos sacrificios y todos aquellos vínculos que logre
construir con la elite de la industria artística deben ser
periódicamente aceitados ya que hasta los pactos de fidelidad más
expresos valen aquí menos que un lienzo sin firma.
Se que para ser artista debo
tener carisma, glamour y actitud. Las tres cosas se compran en
paquete una vez que alguien con pluma pesada o voz con eco
dice “un artista con carisma, galamour y actitud”.
Estoy seguro que un chimpancé con
1 minuto de exposición mediática diaria logra al cabo de un
tiempo lo que llaman carisma. El galamour se obtiene rehusando
un canapé en alguna cena de embajada. La actitud es
la que se espera de un cabo de infantería: gritos a los
soldados rasos y sumisión al sargento.
Todas estas cosas son los que
debidamente sincronizadas y requiriendo de mi absoluta atención
harán de mi un “artista” con todo lo que ello significa.
Revisadas y puestas en práctica
estas consideraciones se que será difícil que falle en mi
vocación. En cuanto al arte, ya tendré tiempo de ocuparme de
él una vez retirado de mi agotadora tarea de convertirme en
“artista”.